
Por Luz Adriana Pérez Morales
(@LuzAdriana19)
En un poblado de Pennsylvania, las familias se reúnen para celebrar el Día de Acción de Gracias. Anna y Joy quieren salir a jugar pero sólo pueden hacerlo en compañía de sus hermanos, en una primera ocasión salen bajo la vigilancia de ellos vuelven y Anna recuerda su silbato rojo y quiere ir a buscarlo pero esta vez, lo hace con Joy, sin acompañarse de sus hermanos pero de esto, sus padres se enteran después, cuando no pueden encontrar ni a Anna ni a Joy. Como única pista, una casa rodante.
Prisoners es la nueva película de Denis Villeneuve. Keller Dover (Hugh Jackman) tiene un negocio para remodelar casas, es un hombre de clase media que ve por la seguridad de su familia, obsesión que le hace formar a sus dos hijos de manera que ninguna situación les tome por sorpresa. A pesar de este extremo proteccionismo, Anna de escasos 6 años es raptada junto con su vecina Joy. Keller se apoya de la policía para poder encontrar a su hija, pero siente cierta insatisfacción en el desempeño del detective Loki (Jake Gyllenhaal), a quien le es encomendado el caso. El punto de partida para ambos es la casa rodante, que estaba justo fuera del fraccionamiento donde Anna y Joy jugaban. ¿Quién estaba dentro y por qué cuando le buscan trata de huir? Es Alex, un adulto con la mentalidad de un niño de 10, vecino también de los Dover. Al sentirse perseguido por la policía corre. A partir de Alex, podemos conocer mejor el entorno del crimen, sabemos que ese secuestro no ha sido el primero y que hay toda una inteligencia de la que Alex es parte, pero no culpable.
Las investigaciones del detective Loki llevan a una serie de sospechosos que están unidos por un mismo criminal entre ellos, un obsesionado por la ropa de niños y laberintos. Nunca queda claro qué tan cercano era el vínculo, lo que aumenta la intriga. Por otro lado, Keller está convencido de que Alex, sabe sobre el paradero de Anna y Joy, su desesperación le lleva a raptarlo, encerrarlo y someterlo a torturas prolongadas hasta hacerlo hablar. Conforme se lleva a cabo la búsqueda, el contexto de los sospechosos va esclareciéndose y exponiendo las debilidades de los protagonistas manteniendo el suspenso hasta el último minuto de la historia.
La bondad del guión por Aaron Guzikowski es que orilla a sus principales al límite de su moralidad. Principalmente a Keller quien es un hombre muy religioso y juega el rol protector y ejemplo para la familia. Pero es a partir del rapto, su punto de quiebre, donde por primera vez no puede tener el control de la situación, depende de la investigación y del secuestrador. Es en este momento de incertidumbre donde se devela una fe postiza, tan endeble que se quebranta de un sólo golpe. Pues del rapto al final de la película prácticamente estamos viendo a otro secuestrador. Es extraño por momentos sentir como si Keller fuera el único con un luto real en la ausencia de su hija pues, la madre de Anna vive narcotizada, consciente de la situación pero preferentemente evasiva. Los padres de Joy, los señores Birch (interpretados por Viola Davis y Terrence Howard) se suman a la tortura a Alex, pero mucho más reflexivos sobre el acto, condoliéndose por el sufrimiento de Alex. Tarde que temprano, se desligan del plan de Keller y se limitan a acatar las indicaciones de las autoridades y a esperar con paciencia.
La dirección de Villeneuve es imponente en un espacio bien explorado para un escenario de suspenso; muestra lo suficiente como para enganchar al espectador pero limita bastante las predicciones que este pueda hacer. La línea de la intriga está muy bien trazada, tan trazada, que no da pie a jugar con los personajes más allá de la obviedad de su dolor, esto es bueno para que el desenlace sea sorpresivo, pero se queda aún ambigüo el complejo de conceptos que quiso entretejer como la religión y la paternidad. Por momentos, bastante limitado, pasa del indefinible suspenso, a ser una película sobre cómo un hecho puede tener solo una causa.
La interpretación de Hugh Jackman es excelente. Se enfrenta al reto de pasar constantemente de la violencia a la culpa, como de la desesperación a la indiferencia por la vida de los demás con tal de tener algún rastro de su hija. Y cuando por fin encuentran una pequeña certeza desesperanzadora, se resquebraja por completo y rompe en llanto desesperado.
Jake Gyllenhaal, por su parte, personifica la ley, y carga con la responsabilidad de encontrar al culpable y mantener la mesura de sus emociones. Su capacidad es tal que lleva al espectador a ser testigo del malestar psicológico de la comunidad sin tener que embalsamarse de heroísmo. Se adueña por completo del rol e imprime un tic nervioso en el parpadear que enerva lo suficiente como para tensar a quien interroga en la escena.
La fotografía de Roger A. Deakins va de los grises a azules, manteniendo una atmósfera de mayor tensión, soledad y luto, incluso desde el inicio de la película, durante la cena de Thanksgiving. Prácticamente durante toda la película llueve, lo que cumple con la función de nublar la vista del espectador desde el personaje que se le es permitido ver el desarrollo del drama; genera expectativa sobre lo que aún no hemos definido a través de un cristal, nuestro cristal, nuestros prejuicios.
La narrativa cuida muy bien sus elementos de suspenso. Lo que logra Prisoners, es aprovecharse de las carencias de todos sus personajes para exponer cómo reaccionan ante la crisis y cómo salen de ella sin generar cambio profundo en sus creencias pues al final, son prisioneros de ellas. Todos son cómplices de una creencia que ven desfallecer en un punto de quiebre: la crisis, la desgracia, la soledad, la impotencia que ni la extrema religiosidad, ni el conocimiento pleno de medidas de seguridad les llevan a solucionar. Es a partir del dolor, del cuestionamiento de las faltas personales que pueden actuar y llegar al fondo del malestar.
Intriga: El secuestro de la creencia

Prisoners, 2013, Denis Villeneuve
IImagen: Collider.com